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Del silencio y la fractura: el yoga como vía del guerrero interior

La vida incluye inevitablemente momentos de profunda crisis. Hay épocas donde el peso existencial se vuelve casi insoportable, donde cada día representa una batalla. Y esta realidad, aunque universal, se enfrenta de formas distintas según nuestra naturaleza. Hablemos de la energía masculina en momentos de oscuridad: un refugio en el camino del yoga.

La naturaleza del silencio masculino

La energía masculina tradicional tiende a manifestarse en el recogimiento cuando atraviesa periodos de profunda tristeza o crisis vital. Como una tortuga que se repliega bajo su caparazón, muchos hombres respondemos a los desafíos emocionales, físicos o materiales con un instintivo aislamiento.

No es debilidad, ni rechazo hacia quienes les rodean. Es nuestra naturaleza. La forma de procesar, de contener, de reconstruirnos desde dentro.

Este retraimiento, sin embargo, a menudo es malinterpretado. La sociedad, e incluso los seres queridos, pueden percibir este silencio como un alejamiento deliberado, como un rechazo. Y cuando el hombre finalmente emerge de su oscuridad, puede encontrarse con que su entorno ha levantado nuevas murallas, interpretando su ausencia como frialdad o abandono.

«Todo hombre lleva dentro una habitación», escribió Kafka, «puede ser que nunca la haya visto; pero no por eso deja de existir». Esta habitación interior, refugio necesario en momentos de crisis, encierra una paradoja que el filósofo Albert Camus comprendió: lo mismo que nos protege puede convertirse en nuestra cárcel.

El silencio masculino es tanto fortaleza como vulnerabilidad. Como observó Sartre, estamos «condenados a ser libres» —incluso cuando esa libertad significa elegir cómo responder ante el sufrimiento. Pero esta libertad implica responsabilidad, y aquí radica una de las tensiones fundamentales de la masculinidad en crisis: el deber percibido de «soportar en soledad» frente a la necesidad humana de conexión.

La rabia silenciosa: el fuego que consume por dentro

Lo que rara vez se reconoce en el análisis de la crisis existencial masculina es la inevitabilidad de la rabia como compañera de la tristeza profunda. No la ira explosiva y visible, sino esa furia contenida, ardiente, que consume desde dentro y que, a menudo emerge del choque entre nuestra voluntad y la realidad que se le opone.

Esta rabia reprimida —lo que el psicólogo James Hillman denominaría «la furia de Marte herido»— no encuentra cauces de expresión socialmente aceptables, y su contención requiere una inmensa cantidad de energía psíquica. El hombre en crisis no solo está triste; está furioso contra un mundo que no comprende, contra sus propias limitaciones, contra expectativas imposibles de cumplir.

Como señaló Hemingway, otro hombre que conoció bien esta batalla interior: «El mundo nos rompe a todos, pero después, muchos son fuertes en los lugares rotos».

En la tradición del guerrero, la prueba definitiva llega cuando se enfrenta al abismo interior – ese momento en que la mente llega a contemplar incluso su propia desaparición. Cesare Pavese lo describió como ‘un velo que de pronto se rasga’, mientras que Albert Camus lo consideró ‘el único problema filosófico verdaderamente serio’. Esta confrontación, que muchos hombres experimentan en silencio absoluto, no representa debilidad sino el encuentro más íntimo con la verdad existencial.

Hay momentos en que el guerrero debe mirar directamente a ese vacío para encontrar, paradójicamente, su razón más profunda para continuar. Viktor Frankl, tras sobrevivir a los campos de concentración, comprendió que quienes encuentran un ‘por qué’ para vivir pueden soportar casi cualquier ‘cómo’. No es casualidad que grandes maestros como Yukio Mishima o Ernest Hemingway vivieran fascinados por ese umbral, conscientes de que en esa frontera habita la pregunta fundamental sobre el valor de cada respiración. Es en este territorio limítrofe donde el yoga ofrece no respuestas simples, sino herramientas para habitar esa pregunta con dignidad.

En la filosofía del yoga encontramos el concepto de svadharma — la naturaleza propia de cada ser. Patanjali, en los Yoga Sutras, nos recuerda que cada persona tiene su propio camino de evolución espiritual, su propia naturaleza única. Juzgar los procesos ajenos desde nuestra perspectiva solo genera más sufrimiento (dukha).

La energía masculina tradicional, relacionada con principios como sūrya (sol) en la cosmología yóguica, tiende a procesar internamente, a buscar soluciones en la quietud y el silencio. Este no es un patrón que deba «arreglarse», sino una manifestación natural de una determinada energía.

Un espacio para ser, no solo para expresar

La práctica auténtica del yoga crea naturalmente un espacio donde todos los cuerpos, todas las energías y todas las formas de procesar la existencia son bienvenidas. Para muchos hombres, especialmente en momentos de crisis:

  • El silencio no es ausencia, sino presencia concentrada
  • La acción física puede ser más sanadora que la palabra
  • La comunidad puede ser un refugio, sin necesidad de exteriorizar
  • El respeto al proceso individual es fundamental para la sanación

La tradición yóguica habla de brahmacharya — el manejo consciente de la energía vital. Cuando un hombre enfrenta el vacío de significado, su energía se dispersa o se estanca. El yoga no ofrece respuestas fáciles, sino herramientas tangibles:

  • Técnicas precisas para estabilizar el sistema nervioso cuando la ansiedad domina
  • Métodos para transformar la energía acumulada que puede volverse destructiva
  • Prácticas que fortalecen la capacidad de resistencia ante circunstancias adversas
  • Un sistema que permite observar y contener las emociones sin ser dominado por ellas

«Así como el fuego está cubierto por el humo, el espejo por el polvo, y el embrión por el útero, la sabiduría del ser está oscurecida por el deseo» – Bhagavad Gita 3.38

Canalizar la rabia: el fuego transformador

La práctica del yoga ofrece una perspectiva revolucionaria sobre la rabia masculina. En la tradición tántrica, esta energía ardiente no debe ser reprimida sino transformada. Como enseñaba el maestro Danilo Hernández: «La energía es neutral; su cualidad depende de cómo la dirigimos».

Esta comprensión resuena con lo que Carl Jung denominó «la sombra» —aquellas partes de nosotros que reprimimos pero que contienen energía vital necesaria. Un hombre consciente reconoce que su rabia contiene poder creativo cuando se canaliza adecuadamente.

La práctica de asanas vigorosas como las posturas de guerrero (virabhadrasana) permiten experimentar corporalmente esta transformación: la fuerza contenida se convierte en estabilidad; la tensión, en presencia; el impulso destructivo, en determinación constructiva.

La fortaleza en la adversidad

Como observó Viktor Frankl: «Cuando ya no somos capaces de cambiar una situación, nos enfrentamos al desafío de cambiarnos a nosotros mismos». El hombre que se aísla no huye; está regenerando sus fuerzas, reconstruyendo su sentido de propósito.

El verdadero yoga no idealiza este difícil periodo con metáforas poéticas. Reconoce esta realidad como lo que es: una batalla real, concreta, a veces brutal. No ofrece «procesos de sanación» abstractos, sino herramientas específicas y un espacio donde no es necesario fingir ni explicar.

El yoga no es un escape, sino un método para enfrentar la realidad con mayor fortaleza. No se trata de ejecutar posturas perfectas, sino de usar el cuerpo como ancla cuando la mente se vuelve un campo de batalla. Es aprender a controlar la respiración cuando la ansiedad quiere dominarnos. Es construir resistencia mental cuando todo impulsa al abandono.

Históricamente, muchos grandes hombres han encontrado su propio «yoga» —su disciplina transformadora— en momentos de crisis absoluta. Mandela en su celda practicando ejercicios diarios durante 27 años. Primo Levi manteniendo su dignidad intelectual en Auschwitz. Dostoievski encontrando significado a través de la escritura durante su exilio siberiano…

Como señala el filósofo contemporáneo Byung-Chul Han, vivimos en una «sociedad del cansancio» que nos agota psíquicamente. En este contexto, la disciplina yóguica representa un acto de rebeldía contra la dispersión y la fragmentación. Es lo que Camus denominaba «el hombre rebelde»: aquel que dice «no» a las condiciones indignas, incluso cuando ese «no» es silencioso y se manifiesta simplemente como la negativa a rendirse.

Un espacio sin pretensiones, sin fórmulas prefabricadas

«Al hombre se le puede arrebatar todo salvo una cosa: la última de las libertades humanas —la elección de la actitud personal ante un conjunto de circunstancias— para decidir su propio camino», escribió Frankl.

Si reconoces en ti esa necesidad de retraimiento ante situaciones extremas, si has experimentado cómo los demás malinterpretan tu silencio, existe un enfoque del yoga que no intenta «sacarte las palabras» ni imponerte una forma específica de enfrentar tu situación.

No necesitas hablar. No necesitas «compartir» ni «abrirte». La disciplina física, la respiración consciente y la quietud mental son herramientas que actúan sin necesidad de verbalización. El yoga trabaja en niveles mucho más profundos que las palabras.

Como enseñan maestros como Swami Satyananda de la Escuela de Bihar y Danilo Hernández, el yoga no busca cambiarnos, sino revelarnos. No pretende transformar nuestra naturaleza esencial, sino liberarla de los condicionamientos que la oscurecen.

Como observó Frankl: «Entre estímulo y respuesta hay un espacio. En ese espacio está nuestro poder de elegir nuestra respuesta. En nuestra respuesta yace nuestro crecimiento y nuestra libertad.» El yoga amplía precisamente ese espacio, dándote más poder sobre tus reacciones.

La práctica del yoga según las enseñanzas tradicionales es directa, sin eufemismos, enfrentando la realidad tal como es, buscando fuerza en la disciplina y la constancia, no en palabras vacías.

Como el viejo pescador de Hemingway, quien tras días de batalla silenciosa regresa con apenas el esqueleto de su gran pez, el hombre que atraviesa la profunda crisis existencial puede parecer derrotado a ojos externos. Sin embargo, como Santiago, lleva consigo algo que los demás no pueden ver: la certeza interior de haber enfrentado con dignidad lo más grande y amenazante. «Un hombre puede ser destruido, pero no derrotado», escribió Hemingway. Quizás ahí radique la esencia más pura del guerrero: no en la victoria visible, sino en la negativa a rendirse cuando todo parece perdido.

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