La meditación no comienza cuando cerramos los ojos. Comienza cuando nos sentamos. En ese momento aparentemente simple, cuando el cuerpo busca su lugar en el espacio y el tiempo, se inicia un diálogo silencioso entre la forma y la consciencia, entre la estabilidad física y la quietud mental.
Existe una diferencia fundamental entre estar sentado y sentarse para meditar. En el primer caso, buscamos comodidad, relajación, el alivio de la fatiga acumulada. En el segundo, buscamos algo más sutil: una estabilidad consciente, una alerta relajada, esa particular geometría corporal donde el esfuerzo se disuelve y la presencia se intensifica.
La postura en meditación no es un detalle técnico ni una imposición cultural. Es el fundamento arquitectónico sobre el cual se asienta toda la práctica, el puente físico que conecta la inquietud cotidiana con la posibilidad del silencio interior. Como enseñan los textos tradicionales, cuando el cuerpo encuentra su lugar natural, algo se aquieta que va más allá de la simple comodidad física.
La Sabiduría de las Posturas Tradicionales
Cuando observamos las posturas clásicas de meditación transmitidas a través de milenios, vemos que todas comparten principios fundamentales que trascienden las diferencias culturales o estéticas. No son formas arbitrarias sino la destilación de una sabiduría práctica acumulada por generaciones de meditadores.
Sukhasana: La Aparente Simplicidad

Sukhasana, conocida como la postura cómoda, es paradójicamente una de las más exigentes para el practicante contemporáneo. Su simplicidad aparente esconde la necesidad de un equilibrio sutil entre relajación y vigilancia, entre estabilidad y flexibilidad.
La técnica es directa: sentarse en el suelo con las piernas cruzadas, colocando cada pie debajo del muslo opuesto. Las manos descansan sobre las rodillas o se unen en mudra de elección. La columna se eleva naturalmente, sin rigidez ni colapso.
Pero la simplicidad de la descripción no debe engañarnos. Mantener esta postura durante períodos prolongados requiere una flexibilidad en caderas y tobillos que muchos hemos perdido en la vida sedentaria moderna. Más aún, requiere la capacidad de encontrar estabilidad sin tensión, de mantenerse erguido sin endurecerse.
Para el principiante, Sukhasana enseña una lección fundamental: la comodidad verdadera no es la ausencia de sensación sino la capacidad de habitar plenamente el cuerpo sin resistencia ni agitación. Es común que aparezcan molestias durante los primeros minutos. La tentación es ajustar constantemente la postura, buscar el alivio inmediato. Pero la práctica consiste precisamente en desarrollar la paciencia de permanecer, de observar cómo las sensaciones aparecen, se intensifican y eventualmente se transforman.
El nombre mismo de la postura es significativo: sukha significa felicidad, placer, facilidad. No se refiere al placer sensorial sino a esa particular satisfacción que surge cuando el cuerpo encuentra su lugar natural, cuando la lucha cesa y la presencia se intensifica.
Siddhasana: La Postura del Adepto

Siddhasana ofrece ventajas específicas que la convierten en la preferida de muchos practicantes serios. La traducción literal es «postura del perfecto» o «del adepto», lo que indica su importancia en la tradición.
La técnica requiere colocar el talón de un pie contra el perineo, mientras el otro pie se acomoda de manera que el talón presione suavemente la zona púbica. Esta presión no es casual: según la fisiología yoguica, activa centros energéticos específicos que facilitan el recogimiento y la concentración.
La estabilidad que proporciona Siddhasana es notable. Ambas rodillas permanecen en contacto con el suelo, creando una base triangular sólida. El practicante experimenta una sensación de enraizamiento, como si creciera desde la tierra hacia el cielo. Esta estabilidad física se refleja en la mente: es más fácil mantener la atención sin esfuerzo cuando el cuerpo no se tambalea ni requiere ajustes constantes.
Los textos tradicionales atribuyen a Siddhasana efectos específicos sobre el sistema nervioso. La presión controlada sobre ciertos puntos estimula la circulación, equilibra la temperatura corporal y facilita la introspección. Durante la práctica prolongada de meditación, estos efectos se vuelven tangibles: una sensación de estabilidad interior, un aquietamiento natural de los pensamientos, una facilidad creciente para mantener la atención.
Sin embargo, como toda postura clásica, Siddhasana requiere adaptación gradual. Forzar la posición puede dañar rodillas o tobillos. La clave está en acercarse progresivamente, respetando los límites del cuerpo mientras se cultiva pacientemente la flexibilidad necesaria.
Padmasana: El Símbolo y la Realidad

Padmasana, la postura del loto, permanece como referencia tradicional y símbolo universal de la meditación. Su imagen está grabada en el imaginario colectivo: las piernas entrelazadas, los pies descansando sobre los muslos opuestos, la espalda naturalmente erguida.
La ejecución correcta de Padmasana proporciona una estabilidad absoluta. Una vez establecida, el cuerpo parece encontrar su equilibrio natural sin esfuerzo consciente. Los brazos descansan cómodamente, la respiración fluye libremente, la mente puede dedicarse por completo a la práctica sin distracciones físicas.
Los beneficios fisiológicos son considerables. La posición favorece la circulación hacia los órganos abdominales, equilibra el sistema nervioso y facilita la respiración diafragmática. La simetría perfecta de la postura se refleja en una sensación de equilibrio interior, una armonización de las energías corporales.
Pero Padmasana plantea un dilema para el practicante occidental. La flexibilidad requerida en caderas, rodillas y tobillos es considerable. Forzar la postura puede causar lesiones serias. Muchos practicantes dedican años a desarrollar gradualmente la flexibilidad necesaria, trabajando pacientemente con posturas preparatorias.
La tradición enseña que no es imprescindible dominar Padmasana para progresar en meditación. Su valor reside en la estabilidad que proporciona cuando se logra sin violencia, pero existen alternativas igualmente efectivas. Como señala la sabiduría clásica, es mejor una postura simple mantenida con comodidad que una postura compleja ejecutada con tensión.
El Principio Más Allá de la Forma
Lo esencial no radica en la postura específica sino en comprender su función. Cada asana de meditación busca crear las condiciones óptimas para el recogimiento interior. Los criterios son universales, independientemente de la forma particular adoptada.
Estabilidad Física
La estabilidad no es rigidez sino la capacidad de permanecer inmóvil sin esfuerzo constante. Un cuerpo que se tambalea o requiere ajustes frecuentes distrae la mente de su función contemplativa. La base debe ser sólida: ya sea el triángulo formado por las rodillas y el coxis en las posturas clásicas, o el contacto firme de los pies con el suelo en posiciones adaptadas.
Esta estabilidad física libera la mente de la necesidad de supervisar constantemente el equilibrio corporal. Es como la diferencia entre caminar por un sendero estrecho y caminar por terreno llano: en el segundo caso, la atención queda libre para otros propósitos.
Verticalidad Consciente
La columna vertebral erguida no es una imposición estética sino una necesidad fisiológica. La verticalidad facilita la respiración profunda, optimiza la circulación sanguínea y, según la fisiología yoguica, permite el flujo ascendente de las energías sutiles.
Pero esta verticalidad debe ser consciente, no forzada. La diferencia es crucial: una espalda tensa por el esfuerzo de mantenerse erguida crea más problemas que soluciones. La verdadera verticalidad surge cuando la columna encuentra su alineación natural, como si una cuerda invisible tirara suavemente de la coronilla hacia el cielo.
Comodidad Sostenible
La comodidad en meditación no es la relajación completa del sillón familiar. Es una comodidad activa, alerta, que permite permanecer inmóvil durante períodos prolongados sin entumecimiento ni dolor. Es la diferencia entre la comodidad que induce al sueño y la que facilita la vigilia consciente.
Esta comodidad debe ser sostenible en el tiempo. Una postura que se siente perfecta durante cinco minutos pero se vuelve tortuosa a los quince no sirve para la práctica seria. El cuerpo debe poder habitar la posición sin lucha, sin la necesidad de movimientos constantes que fragmenten la continuidad de la atención.
Alerta Relajada
Quizás el aspecto más sutil de la postura correcta es esa particular cualidad de alerta relajada que facilita. El cuerpo está presente pero no tenso, despierto pero no agitado. Es una condición paradójica: máxima presencia con mínimo esfuerzo.
Esta cualidad no se puede forzar sino que emerge naturalmente cuando los otros elementos están en su lugar. Es el signo de que la postura está cumpliendo su función: crear las condiciones donde la mente puede dedicarse plenamente a la práctica contemplativa.
El Arte de la Adaptación Inteligente
La tradición yoguica no es dogma sino sabiduría práctica. Los grandes maestros siempre han enfatizado que las técnicas deben adaptarse a las necesidades y limitaciones individuales. Como enseña la deontología del profesor de yoga, el verdadero respeto hacia la tradición consiste en aplicar sus principios de manera inteligente, no en imitar ciegamente sus formas externas.
Sentado en Silla
Para muchos practicantes, especialmente aquellos con limitaciones físicas o poca flexibilidad, sentarse en silla puede ser la opción más inteligente. Esto no representa una concesión o una versión menor de la práctica, sino una adaptación que preserva todos los principios esenciales.
La técnica requiere atención a los detalles: los pies firmes en el suelo, creando una base estable; las piernas separadas al ancho de las caderas; la espalda separada del respaldo, manteniendo la verticalidad natural; las manos descansando sobre los muslos o unidas en mudra de elección.
La clave está en no apoyarse en el respaldo. La tentación es grande, especialmente durante sesiones prolongadas, pero ceder significa perder esa calidad de alerta que caracteriza la postura meditativa. El cuerpo debe mantenerse erguido por su propia fuerza, cultivando esa estabilidad consciente que es el objetivo de cualquier postura.
Los beneficios son considerables. La circulación en las piernas permanece activa, se evitan los problemas de entumecimiento común en las posturas de suelo, y muchas personas encuentran más fácil mantener la concentración cuando no luchan contra molestias físicas.
Banquito de Meditación
El banquito de meditación representa un compromiso inteligente entre las posturas tradicionales y las necesidades contemporáneas. Permite mantener la sensación de estar «enraizado» en la tierra mientras reduce significativamente la presión sobre tobillos y rodillas.
La posición es simple: arrodillarse y colocar el banquito entre las pantorrillas, sentándose sobre él con el peso distribuido entre los isquiones y los pies. La altura del banquito debe permitir que las rodillas toquen el suelo cómodamente, creando una base estable de tres puntos.
Esta postura combina ventajas de diferentes enfoques: la estabilidad de las posturas clásicas con la comodidad necesaria para sesiones prolongadas. Muchos practicantes la adoptan como transición hacia posturas más tradicionales, desarrollando gradualmente la flexibilidad mientras mantienen una práctica regular.
El Criterio de la Funcionalidad
El criterio último no es la ortodoxia formal sino la funcionalidad práctica: ¿permite esta postura mantener la atención sin luchar constantemente contra molestias físicas? ¿Facilita la respiración profunda? ¿Puede sostenerse durante el tiempo necesario sin causar entumecimiento o dolor?
Una postura que cumple estos criterios, independientemente de su apariencia externa, está sirviendo su propósito verdadero. Como enseñan los maestros experimentados, es mejor una postura simple mantenida con estabilidad y comodidad que una postura compleja ejecutada con tensión y lucha.
El Ritual del Asentamiento
Establecer la postura de meditación es en sí mismo un ritual de transición, un puente entre la actividad dispersa de la vida cotidiana y la concentración recogida de la práctica contemplativa. Este proceso no debe apresurarse sino vivirse conscientemente como parte integral de la meditación.
Encontrar la Base
El primer paso es literal y metafórico: encontrar la base sobre la cual todo lo demás se construirá. Ya sea el contacto de las rodillas con el suelo en las posturas clásicas, o la firmeza de los pies en las adaptaciones de silla, esta base debe sentirse sólida y estable.
Es un momento para la paciencia. El cuerpo necesita tiempo para asentarse, para que los músculos encuentren su equilibrio natural. Los ajustes menores son normales: un pequeño movimiento de las caderas, una ligera modificación en la posición de las manos, el momento en que todo parece encontrar su lugar correcto.
Este proceso enseña algo fundamental sobre la meditación en general: la importancia de no precipitarse, de permitir que las cosas se desarrollen a su ritmo natural. La prisa por «empezar ya» a menudo sabotea la calidad de toda la sesión.
La Columna que se Eleva
Una vez establecida la base, la atención se dirige hacia la columna vertebral. No se trata de forzar una posición militar sino de permitir que la columna encuentre su alineación natural, como si cada vértebra se colocara suavemente sobre la anterior.
La imagen tradicional es útil: imaginar una cuerda dorada que se extiende desde la coronilla hacia el cielo, elevando suavemente toda la columna. Esta visualización ayuda a encontrar la verticalidad sin rigidez, el equilibrio entre estabilidad y relajación.
La respiración puede ser una guía en este proceso. Una columna correctamente alineada permite que la respiración fluya libremente, sin obstrucciones ni esfuerzo. Si la respiración se siente limitada o forzada, es probable que la postura necesite ajustes.
Las Manos: Mensajeros de Quietud
La posición de las manos es más significativa de lo que puede parecer inicialmente. Las manos son extremadamente sensibles y su posición influye en todo el sistema nervioso. En estado de agitación, las manos se tensan; en quietud profunda, se relajan naturalmente.
Los mudras tradicionales no son gestos arbitrarios sino formas de canalizar y dirigir las energías sutiles. El mudra más simple – las manos descansando sobre las rodillas con las palmas hacia arriba – invita a la receptividad. Las manos unidas en el regazo fomentan el recogimiento interior.
Lo importante es que las manos permanezcan relajadas, sin tensión en dedos, muñecas o antebrazos. Una tensión sutil en las manos puede extenderse hacia los hombros y el cuello, creando incomodidad que distrae de la práctica.
La Transición del Rostro
El rostro es el espejo del estado interior. Cuando nos sentamos para meditar, llevamos en el rostro las tensiones acumuladas del día: la frente fruncida por la concentración, la mandíbula apretada por el estrés, los músculos alrededor de los ojos contraídos por el esfuerzo visual.
Parte del ritual de asentamiento consiste en liberar conscientemente estas tensiones. Relajar la frente, permitir que la mandíbula se abra ligeramente, suavizar la mirada antes de cerrar los ojos. Es sorprendente cómo estos pequeños ajustes pueden transformar todo el estado interior.
Los ojos se cierran suavemente, sin presión ni fuerza. Algunos practicantes prefieren mantenerlos entreabiertos, con la mirada dirigida hacia abajo en un ángulo de aproximadamente 45 grados. Lo importante es encontrar la posición que facilite la interiorización sin provocar somnolencia.
La Postura como Maestra
Sentarse correctamente para meditar es ya una forma de meditación. En el proceso de encontrar el equilibrio físico, descubrimos algo fundamental sobre el equilibrio mental. La paciencia necesaria para ajustar la postura sin prisa cultiva la paciencia que necesitaremos durante toda la práctica.
Las Lecciones del Cuerpo
El cuerpo es un maestro implacable pero sabio. No acepta imposiciones arbitrarias pero responde generosamente cuando se le trata con respeto e inteligencia. Una postura forzada enseña tensión; una postura cultivada pacientemente enseña relajación consciente.
Las molestias que aparecen durante la meditación no son necesariamente problemas a resolver inmediatamente. A menudo son maestros disfrazados, oportunidades para practicar la ecuanimidad, la capacidad de permanecer presentes incluso cuando las sensaciones no son agradables.
Esto no significa masoquismo ni insensibilidad hacia las necesidades del cuerpo. Significa desarrollar la sabiduría para distinguir entre molestia transitoria y advertencia real, entre la incomodidad que invita al crecimiento y el dolor que señala daño potencial.
El Diálogo Continuo
La relación con la postura es un diálogo continuo, no una imposición unilateral. El cuerpo cambia día a día: hay días de mayor flexibilidad y días de rigidez, momentos de facilidad y momentos de resistencia. La práctica madura aprende a adaptar la forma externa a las condiciones internas sin perder los principios esenciales.
Esta flexibilidad es especialmente importante para practicantes de edad avanzada o con limitaciones físicas. La sabiduría no consiste en mantener formas juveniles sino en encontrar la expresión más auténtica de los principios meditativos dentro de las circunstancias actuales.
La Quietud que Emerge
Cuando la postura encuentra su lugar natural, algo se aquieta que va más allá de la simple inmovilidad física. Es una quietud que incluye pero trasciende el cuerpo: una serenidad que abarca mente, emociones y esa dimensión más sutil que los textos tradicionales llaman el ser interior.
Esta quietud no se puede forzar ni fabricar. Emerge naturalmente cuando se dan las condiciones apropiadas: estabilidad sin rigidez, comodidad sin relajación excesiva, presencia sin tensión. Es el regalo que la postura correcta ofrece a quien sabe recibirlo.
Más Allá de la Técnica
Aunque hemos hablado extensamente de aspectos técnicos y fisiológicos, la postura de meditación tiene una dimensión que trasciende lo puramente físico. En las tradiciones contemplativas, la forma externa es considerada un reflejo y un catalizador de actitudes internas.
El Cuerpo como Templo
Sentarse para meditar es un acto de respeto hacia el cuerpo como vehículo de la consciencia. No es casualidad que las posturas tradicionales evoquen imágenes de verticalidad, estabilidad y dignidad. Son una forma de honrar la capacidad humana para la transcendencia, para el encuentro con dimensiones más sutiles de la realidad.
Esta perspectiva transforma la práctica de establecer la postura. Ya no es simplemente una preparación técnica sino un reconocimiento de la sacralidad del momento, una declaración de intención de dedicar este tiempo a la exploración interior.
La Humildad del Principiante
Independientemente de la experiencia acumulada, cada vez que nos sentamos a meditar somos principiantes. El cuerpo de hoy no es exactamente el mismo de ayer; las circunstancias internas han cambiado; el momento presente es único e irrepetible.
Esta perspectiva del principiante es especialmente valiosa en relación con la postura. Evita la rigidez de la rutina mecánica y mantiene viva la curiosidad, la disposición a descubrir algo nuevo en la aparente simplicidad de sentarse en silencio.
El Camino Progresivo
Para quienes se inician en la práctica de la meditación, la relación con la postura evoluciona naturalmente a través de etapas reconocibles. Comprender esta progresión ayuda a mantener expectativas realistas y cultiva la paciencia necesaria para el desarrollo auténtico.
Primeras Aproximaciones
Al principio, la atención se concentra naturalmente en los aspectos más evidentes: encontrar una posición que no cause dolor inmediato, aprender a mantenerse inmóvil durante períodos breves, familiarizarse con las sensaciones básicas de estar sentado en silencio.
Es normal que aparezcan incomodidades, que la mente se disperse constantemente hacia las sensaciones físicas, que la duración de las sesiones sea necesariamente limitada. Estos no son fracasos sino pasos naturales en el proceso de aprendizaje.
La clave en esta etapa es la consistencia más que la perfección. Es mejor meditar cinco minutos diarios con una postura simple que intentar sesiones largas esporádicas con posturas complejas. El cuerpo y la mente necesitan tiempo para adaptarse gradualmente a esta nueva forma de estar.
Desarrollo de la Familiaridad
Con la práctica regular, el cuerpo comienza a «recordar» la postura de meditación. Los músculos desarrollan la flexibilidad necesaria, el sistema nervioso se acostumbra al estado de alerta relajada, la mente aprende a encontrar estabilidad sin lucha.
En esta etapa, es posible experimentar con diferentes posturas, explorar variaciones, refinar los detalles técnicos. La sensibilidad hacia las señales del cuerpo se agudiza: se aprende a distinguir entre molestia transitoria y aviso de problema real.
Es también el momento en que la práctica puede profundizarse cualitativamente. Con las cuestiones básicas de comodidad resueltas, la atención puede dirigirse más plenamente hacia los aspectos contemplativos de la meditación.
Madurez en la Práctica
Los practicantes experimentados desarrollan una relación intuitiva con la postura. El cuerpo encuentra su lugar natural con mínimo esfuerzo consciente, los ajustes se realizan espontáneamente sin interrumpir el flujo de la atención, la postura se convierte en soporte invisible de la práctica.
Esta madurez no significa perfección técnica sino integración natural. La postura sirve su propósito sin llamar la atención sobre sí misma, como un instrumento bien afinado que permite al músico concentrarse en la música más que en la mecánica de su ejecución.
Comenzar Donde Estás
Al final, el mensaje más importante sobre la postura en meditación es este: comienza donde estás, con lo que tienes, como puedes. La práctica auténtica no se trata de alcanzar estándares externos sino de trabajar honestamente con las circunstancias presentes.
No esperes tener la flexibilidad perfecta para empezar a meditar. No postergues la práctica hasta dominar posturas complejas. No te desanimes si tu postura no se parece a las imágenes idealizadas de los libros. La meditación no se trata de alcanzar estados extraordinarios sino de habitar plenamente el momento presente, y eso puede comenzar exactamente donde te encuentras ahora.
La postura correcta no es una meta distante sino una exploración presente. Cada vez que te sientas, cada ajuste consciente, cada momento de estabilidad sin esfuerzo es ya la práctica completa. En la tradición zen existe un dicho profundo: «La forma de sentarse es ya la iluminación». No porque la postura sea un fin en sí misma, sino porque en el acto simple y consciente de encontrar nuestro lugar en el espacio y el tiempo, algo esencial se revela sobre nuestra verdadera naturaleza.
La meditación, al final, no es algo que hacemos sino algo que somos cuando cesamos de hacer todo lo demás. Y eso comienza, simplemente, con el acto sagrado de sentarse bien.
En la quietud del cuerpo bien asentado, la mente encuentra su hogar natural. En la estabilidad de la postura consciente, el corazón descubre su ritmo auténtico. No es una técnica lo que buscamos sino un retorno: el retorno a nosotros mismos, aquí, ahora, tal como somos.