Más allá de la celebración, una reflexión

Hoy se celebra el Día Internacional del Yoga. Una fecha que, paradójicamente, nos obliga a preguntarnos: ¿qué estamos celebrando realmente? ¿La disciplina milenaria que transformó la consciencia humana durante cinco mil años, o su versión occidentalizada que promete abdominales perfectos en treinta días?
La respuesta no es cómoda. Y quizás ahí radique su importancia.
El yoga que perdimos en el camino
Cuando los primeros maestros llevaron el yoga a Occidente en los años 70, lo hicieron con la noble intención de compartir una ciencia integral de liberación. Lo que no previeron es cómo el mercado convertiría una filosofía de vida en un producto de consumo.
El yoga —del sánscrito yuj, unir— nace como respuesta a la fragmentación humana. Su objetivo no es conseguir la postura perfecta, sino reunificar lo que la mente dividió: cuerpo y consciencia, individual y universal, acción y contemplación.
Cuando Patanjali compiló los Yoga Sutras hace dos mil años, no estaba creando un manual de fitness. Estaba cartografiando la mente humana y ofreciendo un método preciso para trascender sus limitaciones. Su definición —chitta vritti nirodha, el cese de las fluctuaciones mentales— señala directamente al corazón del problema humano: vivimos esclavizados por pensamientos compulsivos que nos impiden experimentar nuestra verdadera naturaleza.
La diferencia entre yoga y «yoguismo»
En YUJ distinguimos claramente entre yoga auténtico y lo que el maestro Ramiro Calle denomina «yoguismo». Esta distinción no surge del elitismo, sino de la honestidad.
El yoga auténtico es transformación integral. Incluye ética (yamas y niyamas), purificación corporal (asanas), expansión energética (pranayama), introspección (pratyahara), concentración (dharana), meditación (dhyana) y estados de unidad (samadhi). Es un sistema completo donde cada elemento sostiene a los demás.
El yoguismo, en cambio, se conforma con ejercitar el cuerpo usando posturas tradicionales. No hay nada intrínsecamente malo en esto —el movimiento consciente es valioso— pero llamemos a las cosas por su nombre. Una clase de estiramientos con música ambiente no es yoga, aunque se practique sobre una esterilla sagrada.
La confusión surge cuando comercializamos la palabra «yoga» para vender lo que en realidad es gimnasia inspirada en posturas tradicionales. Esta apropiación no solo engaña al consumidor; desvaloriza un sistema de conocimiento que generaciones de sabios refinaron durante milenios.
Los tres niveles del conocimiento yoguico: un mapa para la práctica auténtica
El yoga tradicional reconoce tres formas de conocimiento que deben desarrollarse simultáneamente:
Jnana (Conocimiento teórico): Comprender los principios filosóficos no es opcional en el yoga. Sin un marco conceptual claro, la práctica se vuelve mecánica. Necesitamos entender qué es ahimsa (no violencia) para aplicarla tanto en la esterilla como en nuestras relaciones. Necesitamos comprender qué significa aparigraha (no acaparar) para liberarnos de la ansiedad consumista que caracteriza nuestro tiempo.
Este conocimiento no se adquiere memorizando textos sánscritos, sino estudiando cómo los principios universales del yoga se manifiestan en nuestra experiencia cotidiana. Cuando entendemos que la respiración consciente es un puente entre lo voluntario y lo involuntario, entre lo conocido y lo desconocido, cada inhalación se convierte en una oportunidad de investigación.
Vijnana (Conocimiento experiencial): La teoría sin práctica es estéril. Aquí es donde la comprensión intelectual se transforma en sabiduría encarnada. No basta con saber que pranayama significa «extensión de la fuerza vital»; necesitamos sentir cómo la respiración consciente modifica nuestro estado mental y emocional.
En este nivel, descubrimos que mantener una postura incómoda sin perder la ecuanimidad es entrenamiento para mantener la calma en situaciones difíciles de la vida. Experimentamos que la capacidad de observar nuestros pensamientos sin identificarnos con ellos no es filosofía oriental abstracta, sino una habilidad práctica que transforma nuestra relación con el estrés, la ansiedad y el conflicto.
Prajna (Conocimiento intuitivo): El nivel más sutil emerge cuando la práctica constante aquieta la mente lo suficiente para que aparezca una forma de conocimiento que trasciende tanto el intelecto como la experiencia sensorial. Es ese momento de claridad súbita donde comprendemos algo sin haberlo pensado, donde experimentamos unidad sin esfuerzo.
Este conocimiento no se puede forzar ni fabricar. Surge naturalmente cuando creamos las condiciones adecuadas: disciplina sin rigidez, esfuerzo sin tensión, atención sin ansiedad. Es la recompensa silenciosa de años de práctica sincera.
El verdadero problema del yoga moderno
El drama del yoga contemporáneo no es que millones de personas practiquen posturas físicas. El drama es que muchas nunca descubren que esas posturas eran solo la puerta de entrada a un universo de posibilidades de transformación interior.
Cuando reducimos el yoga a ejercicio físico, perdemos su capacidad de responder a las crisis más profundas de nuestro tiempo: la epidemia de ansiedad, la fragmentación social, la pérdida de sentido, la incapacidad para estar presentes en nuestras propias vidas.
Una sociedad que consume cinco millones de ansiolíticos al año —como ocurre en España— necesita algo más que flexibilidad corporal. Necesita herramientas para gestionar la mente, cultivar la calma interior y desarrollar una relación madura con la incertidumbre. El yoga tradicional ofrece exactamente eso, pero solo si estamos dispuestos a ir más allá de la superficie.
La responsabilidad de los transmisores
Quienes enseñamos yoga tenemos la responsabilidad de ser honestos sobre lo que ofrecemos. Si nuestras clases se centran exclusivamente en el aspecto físico, deberíamos llamarlas «ejercicio inspirado en posturas de yoga», no «clases de yoga». Esta honestidad no es pedantería académica; es respeto hacia una tradición que merece ser preservada en su integridad.
Esto no significa rechazar las adaptaciones necesarias para hacer el yoga accesible a la cultura occidental. Significa distinguir entre adaptación inteligente —usar un lenguaje comprensible, reconocer las diferencias culturales— y dilución comercial que vacía el yoga de su esencia transformadora.
Un profesor auténtico de yoga transmite no solo técnicas, sino una forma de estar en el mundo. Enseña tanto con su presencia como con sus palabras. Su propia práctica es su credencial más importante, no los certificados que cuelgan en la pared.
Más allá del día internacional: una práctica para toda la vida
Para nosotros en YUJ, cada día es día del yoga. No necesitamos una fecha señalada para recordar que esta ciencia de la libertad requiere práctica diaria, constancia y, sobre todo, honestidad radical con nosotros mismos.
El verdadero yoga no promete resultados inmediatos ni transformaciones mágicas. No es una píldora de felicidad ni una técnica de optimización personal. Es un camino gradual hacia la libertad interior que requiere paciencia, disciplina y la humildad de reconocer que siempre hay capas más profundas por explorar.
En un mundo que nos bombardea con la promesa de que podemos conseguirlo todo —el cuerpo perfecto, el éxito profesional, la felicidad constante— el yoga nos enseña algo más valioso y más difícil: a estar en paz con lo que somos, aquí y ahora, sin necesidad de ser diferentes.
Esta aceptación no es resignación pasiva. Es el punto de partida para una transformación auténtica que surge no del rechazo a lo que somos, sino de la comprensión profunda de nuestra verdadera naturaleza.
El yoga como antídoto al tiempo
Vivimos en una era de aceleración constante donde el valor de algo se mide por la velocidad con que produce resultados. El yoga propone lo contrario: un camino lento, gradual, que se profundiza con el tiempo en lugar de agotarse.
Mientras la cultura del consumo nos entrena para buscar experiencias cada vez más intensas, el yoga nos enseña a encontrar profundidad en la simplicidad. Una respiración consciente contiene más misterio que mil aventuras externas. Un momento de silencio interior revela más sobre la realidad que años de acumulación de información.
La revolución silenciosa
El yoga es subversivo sin ser agresivo. No ataca al sistema desde fuera; lo transforma desde dentro, persona a persona, respiración a respiración. Cada individuo que desarrolla ecuanimidad mental y claridad emocional contribuye silenciosamente a la sanidad colectiva.
En un mundo polarizado donde todos gritan sus verdades, el yoga nos enseña el poder del silencio. En una sociedad fragmentada donde cada uno va a lo suyo, nos recuerda nuestra interconexión fundamental. En una época obsesionada con el tener, nos invita a explorar el ser.
La práctica como compromiso
Que este Día Internacional del Yoga no se quede en celebración superficial. Que sea una invitación a preguntarnos honestamente: ¿qué tipo de yoga estamos practicando? ¿Nos conformamos con ejercitar el cuerpo o estamos dispuestos a embarcarnos en la aventura más fascinante posible: el descubrimiento de nuestra propia consciencia?
En YUJ honramos la tradición del yoga integral, donde cada práctica —desde la postura más sencilla hasta la meditación más profunda— es una oportunidad para explorar nuestra verdadera naturaleza más allá de las identificaciones superficiales.
Porque al final, el mejor homenaje que podemos hacer al yoga no es celebrarlo un día al año, sino vivirlo cada día como una ciencia de la libertad que nos libera no de la vida, sino para la vida.
Om Shanti 🕉️
«No es el yoga lo que hay que cientificar; es la ciencia la que hay que yoguizar. El verdadero yoga es transformación.»