Deja de buscar: La riqueza de una práctica sencilla

En el silencio de una habitación cualquiera, alguien respira conscientemente. No hay testigos, ni reconocimiento, ni fotografías para redes sociales. Solo existe ese momento íntimo donde el ser humano y el ser mismo se encuentran.

Mientras el mundo corre desenfrenado tras la novedad —acumulando técnicas, variantes y estilos como quien colecciona objetos—, existe un yoga que permanece invisible a los ojos del mercado. Un yoga que no se vende porque no puede comprarse. Un yoga que no se exhibe porque florece en la intimidad.

Este es el yoga del que quiero hablarte hoy: el que sucede cuando dejas de buscar.

Las páginas invisibles

Una práctica sencilla contiene mundos enteros. Unas pocas asanas, una respiración consciente, un momento de quietud mental. No necesitas más. La profundidad no está en la cantidad sino en la calidad de la atención.

En el instante en que sostienes Tadasana —simplemente de pie, alineado, presente— hay un universo abriéndose si sabes mirar hacia dentro. En ese momento no exhibes nada, no impresionas a nadie. Para un observador externo, apenas estás de pie. Pero tú sabes que estás leyendo cada sensación, cada sutil ajuste, cada respiración.

«Yoga chitta vritti nirodha.» – Patanjali

El yoga es el cese de las fluctuaciones de la mente. Este sutra no habla de espectáculo. Habla de un trabajo íntimo con la conciencia, donde aparentemente no ocurre nada mientras todo está transformándose.

Sakshi: estar sin interferir

En YUJ valoramos especialmente el cultivo de sakshi —la conciencia testigo. Esta cualidad de observación sin juicio emerge naturalmente de una práctica constante y sencilla.

Imagina esto: un hombre de cincuenta años practica cada mañana las mismas cinco posturas desde hace veinte años. Desde fuera, nada espectacular. Su Trikonasana no es más profunda que hace una década. Su Adho Mukha Svanasana no ha cambiado visiblemente. Pero su relación con estas posturas se ha transformado por completo.

Ha descubierto un espacio entre él y sus pensamientos. Un lugar desde donde puede ver surgir la impaciencia, el dolor, la satisfacción, sin identificarse completamente con estas experiencias. Como quien observa el paso de las nubes sin convertirse en ellas.

Sakshi emerge no de lo extraordinario sino de lo ordinario sostenido con extraordinaria atención:

  • Una simple postura de pie se convierte en un estudio de las tensiones inconscientes acumuladas durante años.
  • Un pranayama básico revela patrones de ansiedad escritos en el ritmo respiratorio.
  • La quietud después de la práctica muestra los hábitos mentales de anticipación y planificación.

El ruido que nos aleja

Vivimos rodeados de ruido. Un ruido que no es solo sonoro, sino conceptual. Un exceso de información, de técnicas, de promesas. Y en este barullo, la voz sutil del ser queda sepultada.

Hemos caído en la trampa de creer que más es mejor. Que un yoga más elaborado, más visible, más fotogénico es un yoga más profundo. Como si el valor de la práctica pudiera medirse en parámetros externos.

En nuestra escuela observamos un fenómeno recurrente: las transformaciones más significativas ocurren en quienes abrazan lo simple. La mujer que viene tres veces por semana, sin alharaca, practica las mismas posturas básicas y dedica diez minutos a observar su respiración… Esta persona florece.

Hace poco, una alumna nos compartió su experiencia: «Después de diez años probando diferentes estilos y talleres, fue cuando me quedé un mes entero haciendo solo Suryanamaskar A cuando algo cambió profundamente. No puedo explicarlo, pero fue como si hubiera estado leyendo los resúmenes de mil libros y finalmente me hubiera sentado a leer uno completo.»

Mientras tanto, quien acumula experiencias como souvenirs —saltando de workshop en workshop, coleccionando certificados y variantes exóticas— a menudo continúa en la superficie, perdido en ese ruido que le impide escuchar lo esencial.

La paradoja del buscador

La búsqueda constante contiene una paradoja que pocos comprenden: cuanto más buscas, menos encuentras. Cuanto más te esfuerzas por alcanzar estados elevados, más te alejas de ellos.

Es como intentar ver el fondo de un estanque agitando el agua.

El verdadero buscador eventualmente entiende que debe convertirse en lo contrario: en aquel que deja de buscar. Porque el yoga no es una carrera hacia lo desconocido, sino un regreso a lo que siempre ha estado ahí, a plena vista pero sin ser visto.

Una alumna nos lo expresó con claridad: «Durante años busqué el maestro perfecto, viajando y pagando retiros costosos. Un día entendí que mi búsqueda era una forma de evitar quedarme quieta con lo que ya tenía. La respuesta no estaba en ningún paraje lejano; estaba en el silencio de mi habitación, en una práctica tan simple que me parecía insuficiente. Justo ahí era.»

Ese encuentro esencial no sucede en la asana más avanzada ni en el taller más exclusivo. Ocurre en tu presencia simple. En la respiración de ahora. En el cuerpo que habitas hoy, con sus limitaciones que son maestros y sus capacidades que son vehículos.

Cuando dejas de buscar

Y aquí viene algo que quizás no esperas: cuando realmente dejas de buscar, cuando abandonas la persecución constante de nuevas técnicas y experiencias, ocurre algo paradójico. Tu práctica se vuelve nueva cada día.

La misma Trikonasana que has hecho cientos de veces se revela diferente esta mañana. No porque la postura haya cambiado, sino porque tu percepción se ha afinado. Como quien escucha una pieza musical conocida y de pronto percibe un instrumento que siempre estuvo ahí pero nunca había notado.

Lo que parecía limitación —hacer siempre lo mismo— se convierte en libertad. Porque la verdadera novedad no está en cambiar constantemente de objeto, sino en profundizar la percepción del mismo objeto. No en acumular experiencias, sino en penetrar más profundamente en cada experiencia.

Este es quizás el secreto mejor guardado del yoga: cuando dejas de buscar lo nuevo, todo se vuelve nuevo. La última frontera no está en el próximo taller exótico, sino en la próxima respiración.

El equilibrio en el oleaje

Imagina una figura solitaria, en equilibrio perfecto sobre un punto de luz, frente a un mar de pinceladas turbulentas. El ruido no ha desaparecido —sigue ahí, con sus olas de información, tendencias y exigencias— pero ya no te arrastra. Has encontrado ese punto de equilibrio interior. Ese lugar donde, paradójicamente, la postura más simple te sostiene frente al oleaje incesante del mundo.

Es como estar en Vrksasana, la postura del árbol, mientras una tormenta agita las ramas. El viento no cesa, pero tu centro permanece. Un estudiante avanzado no es quien puede ejecutar las posturas más complejas, sino quien mantiene su ecuanimidad en medio del caos, quien encuentra estabilidad en lo sencillo cuando todo lo demás fluctúa.

La práctica constante te lleva a ese punto donde, como la figura en equilibrio sobre el amarillo tenue, encuentras tu propio espacio de luz. Un espacio que contrasta con el oleaje pero no lucha contra él, que brilla con sencillez propia mientras las corrientes caóticas siguen su curso sin perturbarte.

Una invitación a lo esencial

Te ofrecemos no una técnica nueva sino un regreso a la simplicidad radical. Una invitación a cultivarte.

Practica con la regularidad de quien acude cada día a una cita importante, sin buscar resultados inmediatos, solo por fidelidad a ese encuentro.

No persigas experiencias extraordinarias. La maravilla está en descubrir lo extraordinario dentro de lo ordinario.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *